noviembre 04, 2013

"Ir caminando siempre por delante de la iniciativa ciudadana"


Editorial de El Mundo: 

País Vasco: la salud al servicio del nacionalismo



EL SERVICIO público de salud vasco, Osakidetza, ha puesto en marcha un programa para fomentar el uso del euskera entre los profesionales de la sanidad y los enfermos. El primer paso para lograr este objetivo es la elaboración de un registro del idioma que utiliza cada paciente, lo que permitirá conocer los hábitos lingüísticos de toda la población. Para ello, preguntará a los usuarios a partir de ahora cuál es la lengua que hablan, dato que será consignado en la ficha informática de cada historial de forma destacada.

El segundo paso del programa pasa por premiar a los profesionales y a los centros que atienden en euskera a los enfermos, de tal suerte que habrá unos contratos programa que favorecerán con mayores recursos económicos a los hospitales y los ambulatorios que den prioridad al uso de la lengua autonómica.

Ya desde el año 2005 existe una política de incentivos con vacaciones, reducción de jornada y privilegios para el personal que desee aprender euskera, pero esta iniciativa ha sido un fracaso relativo ya que el español sigue siendo la lengua ampliamente mayoritaria en los centros sanitarios vascos, sobre todo, en las ciudades. Igual sucede entre los médicos, aunque para acceder a las plazas el ser euskoparlante tiene una puntuación adicional.

Y el tercer y último paso del programa será la generalización del euskera en los servicios de salud, lo que exige «ir caminando siempre por delante de la iniciativa ciudadana», o sea, condicionar la demanda a través de la oferta e inducir a los ciudadanos a solicitar que se les atienda en esa lengua por temor a ser discriminados o a ser objeto de peor tratamiento médico. Dicho de otra forma, lo que el Gobierno de Urkullu pretende es usar la sanidad como elemento de ingeniería para imponer el vasco en todos los ámbitos de la sociedad.

Esa es una de las características esenciales de los nacionalismos: etiquetar a las personas por su origen, su lengua, sus características raciales o cualquier rasgo diferenciador. Y para eso Osakidetza, la única empresa vasca que llega a todos los rincones, va a utilizar ese registro de hábitos lingüísticos. Pero nada justifica –y tampoco la mejor atención– que el paciente tenga que registrar su lengua cuando va a operarse de apendicitis, lo mismo que a nadie se le pide que deje constancia de su religión o sus preferencias políticas cuando acude a un servicio público.

No deja de ser una táctica orwelliana utilizar la red sanitaria para recabar una información que pertenece al ámbito de lo privado. Nadie debería estar obligado a declarar si habla español o vascuence y menos en un centro hospitalario, donde las personas acuden a que se las cure y no a que se las someta a un interrogatorio.

Por tanto, hay que pensar que el Ejecutivo vasco, como el Gran Hermano, quiere vigilar lo que habla cada ciudadano e imponer progresivamente el euskera como una lengua hegemónica, siguiendo los pasos de un nacionalismo catalán que ha convertido el idioma en un instrumento de discriminación entre buenos y malos. Ello obliga al Gobierno de la nación a intervenir para garantizar que se respetan los derechos individuales y la igualdad de trato médico a todos los vascos sin distinción de la forma en la que expresen.

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