No lo sabía. Lo supe el sábado en el transcurso de una cena de 20 personas. Muchas de ellas trabajaban, o habían trabajado, en el Ministerio de Asuntos Exteriores. Sólo dos o tres estaban al tanto del despropósito que aquí quiero poner en la picota. Hubo unanimidad entre los comensales: todos, sin una sola excepción, nos hicimos cruces al enterarnos de que en Gibraltar existe una sede del Instituto Cervantes.
Parece ser que se inauguró en la no muy remota era del ministro Moratinos. Para entonces, Carmen Calvo, también ministra (¡y de Cultura, para mayor escarnio!) en el primer Gobierno del ínclito Zapatero, ya había dicho aquello, tan celebrado, de que Cervantes, cautivo en Argel y sodomizado allí, según la hispanista italiana Rosa Rossi, por jenízaros verriondos, era paradigma de la Alianza de Civilizaciones y mascarón de proa del turismo hispano en las tierras del Magreb.
El Instituto Cervantes se creó para difundir el castellano y las lenguas cooficiales de nuestro país en lugares que no sean de habla ni de nacionalidad española. Ninguno de esos dos requisitos concurre en el caso del Peñón. Todos los llanitos manejan con soltura y elegante acento andaluz la lengua en la que se escribió el Quijote, por lo que el Cervantes, al tener y mantener allí una sede, va en contra de sus propios estatutos y de su razón de ser.
No sólo eso... El actual Gobierno −y todos los que lo han precedido, incluyendo a los de Franco− sostiene que Gibraltar es una colonia y, en cuanto tal, no forma parte de la Gran Bretaña, sino de nuestro país. La ofensiva desencadenada por Margallo con el respaldo de Rajoy en los últimos meses así lo avala.
En tal caso, y a la luz de lo dicho, ¿no es una doble y flagrante contradicción la existencia de un centro del Instituto Cervantes en un lugar del sur de La Mancha cuya soberanía reclama la Moncloa? ¿No equivale eso a conferir estatus oficial de extranjería al territorio del Peñón? Si allí funciona el Cervantes, ¿por qué, ya puestos, no abrir un consulado y, a lo peor, una embajada?
Despropósitos, ya digo... ¿O es que en ese centro ilegal se imparten cursos de catalán, vascuence y gallego, idiomas en los que, seguramente, no son muy duchos los llanitos?
Eso, por absurdo que suene, resolvería la primera contradicción, pero no la segunda. Quizá, abundando en ella, exista ya el proyecto de inaugurar otras sedes del Cervantes en Barcelona, en Palma, en Valencia, en Vitoria, en Santiago de Compostela... Más ropa, que hay poca.
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